VN1: El bosque desde un tren.
Volcán nevado: Parte 1/5.
Eran las siete de la mañana cuándo las primeras partículas del sol vinieron a despertarme cuál cantar de gallos. A la izquierda estabas vos durmiendo, y con sólo mirarte, me inspiró paz el saber que estabas en paz. Descansabas. A mi derecha un paisaje que al encuadrarlo visualmente me conmovió de tal manera que me quitó el aire. No me trajo más que sólo inspiración.
Eran dos montañas en ausencia de algo que pudiera separarlas. La de la derecha parecía un volcán. Ambas estaban tapadas en nieve, y por esa observación me pareció algo especialmente irónico, como el contenedor de lava podría estar resguardado de manera tan pacífica de un manto de cristales helados.
“Volcán nevado”,
pensé, y me pareció una observación especial que en dos palabras termina por decir un montón.

Los opuestos se atraen, pienso ahora, al mismo tiempo que nos veo identificados en aquellas terribles movilizaciones de las placas tectónicas, levantadas tantos metros del suelo al estar rodeadas de un absoluto terreno llano. Vuelvo a percibir a esas montañas como entes increíbles, en el sentido literal de la palabra. Quizá así seremos nosotros, fenómenos lejanos de esta tierra, que están pisando la tierra.

Horas como segundos continuaban transcurriendo mientras los distintos terrenos hipnotizaban mi mirar. Junto al tren ingresamos a un bosque y ahí fue cuando el bucle de tanta pasión adquirida hasta el momento alcanzó su pico de éxtasis dentro de mi mente.
En el bosque pude encontrar lo ausente en otro lugar. Aire que respirar y pájaros con los que cantar. En el bosque está la humildad que la sociedad actual dejó de desarrollar. En el bosque nace mi sensibilidad.

Me percate de que siete árboles no hacen un bosque y para avanzar en observación, me detuve en la cuestión simbólica de un árbol.
Texto y fotografía: Celina Anf.
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