VOLCÁN NEVADO -completo-
La búsqueda del balance.
Eran las siete de la mañana cuando las primeras partículas del sol vinieron a despertarme cuál cantar de gallos. A la izquierda estabas vos durmiendo, y con sólo mirarte, me inspiró paz el saber que estabas en paz. Descansabas. A mi derecha un paisaje que al encuadrarlo visualmente me conmovió de tal manera que me quitó el aire. No me trajo más que sólo inspiración.
Eran dos montañas en ausencia de algo que pudiera separarlas. La de la derecha parecía un volcán. Ambas estaban tapadas en nieve, y por esa observación me pareció algo especialmente irónico, como el contenedor de lava podría estar resguardado de manera tan pacífica de un manto de cristales helados.
“Volcán nevado”,
pensé, y me pareció una observación especial que en dos palabras termina por decir un montón.

Los opuestos se atraen, pienso ahora, al mismo tiempo que nos veo identificados en aquellas terribles movilizaciones de las placas tectónicas, levantadas tantos metros del suelo al estar rodeadas de un absoluto terreno llano. Vuelvo a percibir a esas montañas como entes increíbles, en el sentido literal de la palabra. Quizá así seremos nosotros, fenómenos lejanos de esta tierra, que están pisando la tierra.

Horas como segundos continuaban transcurriendo mientras los distintos terrenos hipnotizaban mi mirar. Junto al tren ingresamos a un bosque y ahí fue cuando el bucle de tanta pasión adquirida hasta el momento alcanzó su pico de éxtasis dentro de mi mente.
En el bosque pude encontrar lo ausente en otro lugar. Aire que respirar y pájaros con los que cantar. En el bosque está la humildad que la sociedad actual dejó de desarrollar. En el bosque nace mi sensibilidad.

Me percate de que siete árboles no hacen un bosque y para avanzar en observación, me detuve en la cuestión simbólica de un árbol.

¿Qué es un árbol?
No es la herramienta para construir casas, instrumentos, tampoco el requisito fundamental para crear hojas de papel como en las que estoy escribiendo en este momento. Eso no es más que lo que seres humanos hacemos con los árboles. En otras palabras, eso solo es arquitectura, diseño industrial o incluso la mismísima madereria, cuestiones englobadas por la artificialidad. Un árbol es lo opuesto de lo anterior, porque más importante que un libro donde escribir, esta el aire que tenemos el lujo de, todavía, poder respirar.

Estructura tangible, con figura abstracta de índole artística, tronco y ramas marrón, hojas de algún que otro verdor. De cerca puede sentirse una energía fría que ellos mismos dejan fluir, llamada aire. Sus raíces inmersas en la tierra podría tranquilamente tener las mismas circunvoluciones que mantienen en el exterior, en forma de ramas:
Exterior en aire e interior en tierra podrían cumplir el rol de verse reflejados en un espejo.
De lejos, podemos ver al árbol como un ser vivo pacifico, lento, paciente. Opto por creer que tienen movimiento, pienso de ellos como seres que al mover sus extremidades crean el viento, desmintiendo la idea de que el viento es quien mueve sus hojas. Y pensé:


“Admito sentirme invitada a formar parte del bosque. Como si no lo fuera. Como si la humanidad entera no formase parte de cada bosque. Insisto, al seguir preguntándome en qué momento desarrollamos tal dualidad que nos mantiene anestesiados, dormidos, el porque nos excluimos de lo que nos mantiene en vida. En fin, llegué a convencerme de que los árboles se mueven por sí solos, como todo ser vivo. El viento no es más que una agitación del aire en distintas velocidades, generada por cada planta al moverse.”

El sol iba saliendo, de a poco todo se llenaba de luz anaranjada. Jamás había presenciado un amanecer tan carismático, y lo supe cuando su iluminar hizo contacto con mis lágrimas de nostalgia hacia mis tierras y al mismo tiempo de admiración a la naturaleza del mundo entero. Al fin y al cabo, son los episodios naturales los que carecen de tanto etiquetado. Me sentí identificada con tal mundo, me percate de lo mucho que quiero librarme de mil cuestiones poco diplomáticas para sólo ser y fluir, en algún mundo lejos de la falsa espiritualidad.

Afuera hay caos, mientras que internamente el caos no existe, al menos no más allá de su significación verbal y la energía mental que le podemos asignar. ¿Porque situar a los desastres naturales en caos malo, cuando no es más que solo caos?
Sin índoles.
Hay oscuridad por las noches, hay descanso.
Luz durante el dia no hace más que darnos la vida.
¿Y aun así buscamos más?
No hay índoles al respecto, solo relatividad en cada mente y su aspecto.

Llegamos a destino y en unos segundos, nos sumergímos en el mundo con que la mayoría conecta en su rutina del dia a dia: la ciudad.
La ciudad es
un tramiterío constante, el hecho de ir hacia cierto lugar siempre tiene un fin y muchas veces nos vemos estresados por esa misma razon.
Es un lugar donde el tiempo existe y el espacio tiene valor monetario.

Sin tantas vueltas, un auto nos llevó al hotel. Descansamos, poco orden, mucho amor en la cama, un café que me salió horrible y los preparativos para nuestra travesía en una ciudad nunca antes explorada. Esa noche nos llenamos el organismo de buena comida y nos reimos un monton. Antes de dormir, pensé, a la vez que me prometí, llamar ese buen dia como
el 21 de abril.
Era “él” por su excepcionalidad y 21 de abril porque fue un 21 de abril.

La arquitectura es
una disciplina con un increíble conocimiento tanto teórico como práctico. Es una ciencia que puede fingir superar las leyes de la física, y aunque hasta el momento sea algo imposible, justamente es eso lo que la hace sumamente única y especial. Las ciudades encierran sus mejores avances de esta índole, como también tecnológicos, en sus calles, edificios y porqué no, en sus habitantes.



Al otro dia nos despedimos de los fenómenos que influyen en la ciudad tanto como esta influye en ellos, como
el simple cambio de color en la luz de un semáforo, un segundo que puede impactar tan fuertemente en el transcurso del dia, el alucinante impacto que causa una acción tan delicada convirtiéndose en algo enorme.



Los recorridos nos hicieron pasear desde lugares que parecían estar ahogándose en agua, sumando la influencia de una momentánea lluvia intensa, hasta lugares que bajo la luz abrumadora del sol, emitían tamices amarillos, marrones y hasta naranjas, dignos de cualquier sequía otoñal como estilo de ser sin importar la estación, o eso parece, ya que estamos en primavera.

Esta vez teníamos un tramo un poco más largo, sabíamos que las vías del mismo tren no dejarían de soltar su música en un total de dos días más de viaje.
El miércoles, arriba de un ruidoso y a la vez silencioso tren, empezamos a vivir a base de chocolates y mandarinas.

La atracción principal del viaje fueron las experiencias dicotómicas:
Cronológicamente, empezó por la espera y el viaje. Siguió con la dualidad mas pura; la noche y el día.

El 21 de abril nos explayó el poder del bosque y luego el poder de la ciudad.
El volcán nevado.


Los paisajes que demostraron un exceso del agua, en contraste con los paisajes sedientos.

La dicotomía de lo que vieron mis ojos reflejar, junto a las interpretaciones que en mi interior pude procesar.

Entendí que ya sea en el bien o en el mal puede encontrarse la plenitud del ser y que justamente se trata de integrar y aceptar esta cualidad.
Si será una cualidad de la vida misma o si solo se trate de una cualidad humana, no lo sé.
Puedo llamar a esos cinco días de viaje como “la búsqueda del balance” o cómo “volcán nevado”, que es básicamente lo mismo.

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